El
mes de diciembre es particularmente pródigo en Fiestas marianas. El 8 se
celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción, y el día 12, es la
festividad de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac. Las apariciones marianas que tuvieron lugar en
diciembre de 1531, fueron registradas en el documento redactado en náhuatl Nican
Mopohua (que quiere decir, “aquí se narra”). El texto es de Antonio
Valeriano, y su publicación data de 1649. El 31 de julio de 2002, el hoy San Juan
Pablo II, canonizaba, a su vez, al indígena vidente, Juan Diego. No quiero
entrar en la polémica sobre la existencia del santo oriundo de Tlayacac en Cuauhtitlán,
en realidad hay suficientes pruebas documentales y arqueológicas sobre la
historicidad de las apariciones en el cerro del Tepeyac. Pero si esto no fuese
lo suficientemente convincente, basta poder constatar la impresionante cantidad
de peregrinos que acuden al santuario mariano al noreste de la Ciudad de
México, sólo los días 12 de diciembre, se cuentan casi 8 millones. En el no tan
lejano verano de 2002, San Juan Pablo II dijo:
“¿Cómo
era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como
hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le
dan gloria” (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta
celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha elegido
a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda
presumir delante de Dios” (1 Co 1, 28.29).
Es
conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados
de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc
1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le
regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo,
descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.
El
acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó
el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa.
El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la
cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación”
(14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido
eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente
inculturada.”[1]
La
empresa que significó la evangelización de América, fue un éxito gracias al
impulso mariano, y así se ha constatado a través de otras advocaciones como
Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza patrona de España y la hispanidad.
La
Virgen de Guadalupe ha sido acreedora a importantes elogios y oraciones
pontificas. San Pio X la llamó
"Patrona de toda la América Latina", Pio XI de todas las
"Américas", Pio XII la proclamó "Emperatriz de las Américas" y San Juan
XXIII "La Misionera Celeste del Nuevo Mundo" y "la Madre de las
Américas", además de dedicarle una hermosa oración. Pero, sin duda, ha
sido San Juan Pablo II el gran peregrino guadalupano, quien fue al Tepeyac en
1979, 1990, 1999 y 2002. En 1979, dedicó una oración a la Virgen morena que
fue, la consagración de su programa pontificio a la protección mariana de un
papa que sin importarle la tradicional heráldica pontificia, inscribió en su
escudo una M y la jaculatoria Totus tuus.
Dado que este blog es tradicionalista y fiel a Roma, esta oración no viene mal
en el actual pontificado:
ORACIÓN DE JUAN
PABLO II
A LA VIRGEN DE
GUADALUPE
¡Oh Virgen
Inmaculada
Madre del
verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este
lugar manifiestas
tu clemencia y tu
compasión
a todos los que
solicitan tu amparo;
escucha la oración
que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante
tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de
misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a Ti, que sales al
encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en
este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos
también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías,
nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la
justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que
tenemos y somos lo ponernos bajo tu cuidado,
Señora y Madre
nuestra.
Queremos ser
totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
de una plena
fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de
tu mano amorosa.
Virgen de
Guadalupe, Madre de las Américas,
te pedimos por
todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos
de intensa vida
cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta
inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda
hambre de santidad
en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes
vocaciones de
sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe
y celosos
dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros
hogares
la gracia de amar
y de respetar la vida que comienza.
con el mismo amor
con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo
de Dios.
Virgen Santa María,
Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,
para que estén
siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra,
míranos con compasión,
enséñanos a ir
continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos
a levantarnos, a
volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas
y pecados en el
sacramento de la penitencia,
que trae sosiego
al alma.
Te suplicamos que
nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos
que son como las
huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre
Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros
corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a
todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu
Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre
y con el Espíritu Santo,
vive v reina por
los siglos de los siglos.
Amén.
México, enero de
1979.
IOANNES PAULUS
PP.II
[1] CANONIZACIÓN
DE JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II, Ciudad de
México, Miércoles 31 de julio de 2002
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