sábado, 13 de diciembre de 2014

EL EXORCISMO AL PADRE FORTEA



No soy aficionado a argumentar ad hominem, pero cuando leo algo del padre Fortea no puedo omitir algunos apuntes de carácter personal. Al de Aragón y hoy, exorcista en Madrid, nunca le he tenido particular simpatía.  Sin ahondar en lo que se pueda opinar sobre el Opus Dei, no me queda la menor duda que es de bien nacidos ser agradecidos, y Fortea, que vivió en el Colegio Mayor Bidasoa y estudió en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, ha hecho todo lo posible por deslindarse de la única prelatura personal en la Iglesia.  Para ello, basta leer el infumable libro “Memoria de un exorcista”, donde este sacerdote habla de todo menos de su particular encargo y ministerio. Así, con el gancho de un título que pudiera acercarnos a algo parecido a la vida del Padre Amorth, Fortea nos aburre con relatos de cómo barre en su parroquia, cómo pinta siguiendo las imágenes del Beato de Liébana o cómo se ha sentido ofendido porque una jovencita le gritó “cuervo”. Sus libros sobre demonología resultan poco serios y hasta escritos con cierta risa sardonia. Por ello, no me extraña que en su blog[1], la tome contra lo que él mete en el mismo saco del “integrismo”. Dicho calificativo, requiere algunas precisiones, pues se trata de un término multívoco, por lo que sólo consideraré la noción lato sensu de Yves Marchasson:[2]

“En la actualidad el término, <<integrismo>>, no sin un fuerte carácter polémico, o por lo menos con un matiz peyorativo, se utiliza habitualmente para significar una conducta opuesta al progresismo.”

Para Fortea, los “integristas” son una serie de grupos minoritarios formados hace unos 10 años. A su vez afirma, sin dar lugar a ambigüedades que:

“Resulta interesante observar que estos integristas no cuentan con ningún teólogo que los avale, ni siquiera de segunda fila. Son más una corriente de opinión y sobre todo una estética. Lo malo es que constituyen una corriente de opinión descalificante y se aferran a una estética determinada de un modo excluyente. A mí me gustan las liturgias de estética arcaica, pero sin hacer de eso un vicio.”

Y luego, hace una pregunta: “¿Por qué aferrarse a la liturgia del siglo XIX y no, por ejemplo, a la del siglo VII?”

Sin duda, Fortea se refiere a los devotos del rito latino extraordinario o tridentino, y ese auge de una década, al reconocimiento hecho por Benedicto XVI en el motu proprio Summorum pontificum de 2007:

“En tiempos recientes, el Concilio Vaticano II expresó el deseo de que la debida y respetuosa reverencia respecto al culto divino se renovase de nuevo y se adaptase a las necesidades de nuestra época. Movido por este deseo, nuestro predecesor, el Sumo Pontífice Pablo VI, aprobó en 1970 para la Iglesia latina los libros litúrgicos reformados, y en parte renovados. Éstos, traducidos a las diversas lenguas del mundo, fueron acogidos de buen grado por los obispos, sacerdotes y fieles. Juan Pablo II revisó la tercera edición típica del Misal Romano. Así, los Romanos Pontífices se han ocupado de que «esta especie de edificio litúrgico (...) apareciese nuevamente esplendoroso por dignidad y armonía».
En algunas regiones, sin embargo, no pocos fieles adhirieron y siguen adhiriéndose con mucho amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, que habían impregnado su cultura y su espíritu de manera tan profunda, que el Sumo Pontífice Juan Pablo II, movido por la preocupación pastoral respecto a estos fieles, en el año 1984, con el indulto especial «Quattuor abhinc annos», emitido por la Congregación para el Culto Divino, concedió la facultad de usar el Misal Romano editado por el beato Juan XXIII en el año 1962; más tarde, en el año 1988, con la Carta Apostólica «Ecclesia Dei», dada en forma de Motu Proprio, Juan Pablo II exhortó a los obispos a utilizar amplia y generosamente esta facultad en favor de todos los fieles que lo solicitasen.”[3]

No es de sorprender que Benedicto XVI tuviese muy claro que el amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, era por algo más que la estética. Insisto, que de Fortea no me extraña, después de todo, en Navarra no han brillado los profesores de liturgia, ya que ésta es, sobre todo, una gran facultad de cánones, y más en concreto, los que han seguido al Códex de 1983. Pero el exorcista de Madrid, nos obsequia una perla más:

“El Vaticano II supuso una apertura de mente y de alma, otra forma de mirar el cristianismo. Nada negó ese concilio del Magisterio, y, sin embargo, nos hizo mirarlo todo con una nueva mentalidad.

A todos los integristas que me lean, yo les haría un llamamiento a la humildad. Todos creemos estar en posesión de la verdad. Existe un modo de entender el cristianismo que es inquisitorial, agresivo, contra la caridad. El cristianismo es afirmación, no negación. Es abrazo, no hoguera.”

Entonces el problema es otro al meramente litúrgico, aunque no sobra precisar que su pregunta (aquélla sobre porqué aferrarse a la liturgia del siglo XIX y no la del VII), es ejemplo de estupidez: En el siglo XIX no hubo innovaciones o reformas a destacar del Misal de San Pío V (1570), misal que además, sólo se basó en lo forjado en la Tradición, siglo VII incluido. En cuando la oficiosa apología del Concilio Vaticano II, Fortea ignora la diferencia entre lo substancial (que es la Doctrina) y lo accidental (esa otra forma de mirar). 




Al final, el nacido en Barbastro es quien absolutiza lo relativo, pues en realidad, es bastante simplona su dicotomía entre posconciliares de mente abierta y lo que él califica como integristas. Fortea, cree que la fidelidad a la doctrina es algo soberbio y antipático, actitud que en el presente pontificado, ha sido predominante. ¿Acaso la Verdad muta a contentillo? Para este clérigo, hoy incardinado en Madrid, no vendría mal que tuviese presente la precisión que ha hecho el arzobispo Stanislaw Gadecki, de Poznań, presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia: En la Iglesia hay quienes son fieles o infieles al Magisterio, y nada más.



[2] MARCHASSON, Yves, voz “Integrismo” en POUPARD, Paul (coord.) Diccionario de las religiones, HERDER, Barcelona 1997,  p. 857
[3] BENEDICTUS PP. XVI, LITTERAE APOSTOLICAE MOTU PROPRIO DATAE SUMMORUM PONTIFICUM

No hay comentarios:

Publicar un comentario