“El
día de los cuatro papas”, así la prensa se refirió al domingo 27 de abril, en
el que Francisco proclamó santos a Juan Pablo II y Juan XXIII. La homilía del Papa argentino, resultó gris,
pero a la vez, significativa de lo que inspira al actual pontificado. Al margen del toque pragmático al referirse a
Juan Pablo II como “el Papa de la familia”, Francisco leyó párrafos que no
pueden ser pasados por alto:
“San
Juan XXIII y san Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús,
de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la
carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de
la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a
Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo,
y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su
misericordia.
Fueron
sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se
abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo
Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la
misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte, la
cercanía materna de María.
En
estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su
misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante»
(1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos,
y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual,
purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a
los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel
cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como
un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de
Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta
esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes,
en Jerusalén, de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47), como
hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la
esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y
fraternidad.
Y
ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan
XXIII yJuan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y
actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le
dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente
los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la
convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al
Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un
guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia;
por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu santo.”[1]
Francisco
reiteró palabras que parecen ser los hilos conductores de su papado:
misericordia y fraternidad, así como su peculiar óptica por un pastor con olor
a oveja. Pero al final, la sensación fue otra. Al obviar el proceso de
canonización del Papa Roncalli, muchos percibieron una señal de equilibrio
entre el firme moralista Wojtila y el aperturista de Sotto il Monte. Pero, para miradas más agudas, lo que en realidad fue elevado a los altares fue el
Concilio Vaticano II. Una interpretación nada descabellada, basta pensar que el
19 de octubre –el mismo día que era clausurado el tenso sínodo extraordinario
por las familias- fue beatificado Paulo VI. Y si quedaran dudas sobre si el
Concilio Vaticano II es el “canonizado” debe recordarse la respuesta de
Francisco (mayo 2014), a la pregunta sobre el proceso de canonización de Pío
XII:
«La causa de Pío XII está abierta. Yo me
informé: todavía no hay ningún milagro y si no hay milagros no puede avanzar
¿no? Está parada allí. Debemos esperar la realidad, cómo va la realidad de esa
causa y luego pensar en las decisiones. Pero la verdad es ésta: no hay ningún
milagro y se necesita por lo menos uno para la beatificación. Ésta es la
situación actual de la causa de Pío XII. Y yo no puedo pensar ¿lo beatificaré o
no?, porque el proceso es lento».[2]
Hic et nunc: V.
Oremus pro Pontifice nostro Franciuscus
R. Dominus
conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat
eum in animam inimicorum eius. [Ps 40:3]
Hay un error de gramática latina: donde dice "Oremus pro Pontifice nostro Franciscus" debe decir "Oremus pro Pontifice nostro Francisco". El nombre del Papa debe ir en ablativo.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Mario Caponnetto