El
pasado sínodo extraordinario sobre la familia, fue una prueba fehaciente de que
en la Iglesia, la colegialidad no debe confundirse ni con una especie de
parlamentarismo ni con una supuesta primavera del progresismo. Si no hubiera sido por prelados con valor
como Muller, Burke, Caffarra, Brandmuller, De Paolis, Scola, Gadecki, Robles y
Pell, aquello hubiera terminado en un desastre. Y es que, como bien lo ha
advertido el padre José María Iraburu: “El mero hecho de que se discuta lo
indiscutible será tomado por el mundo como una señal de que, para la Iglesia,
la fe católica ya no es indiscutible, al menos en algunas cuestiones.”[1]
Pero
para muchos progresistas como para la gran mayoría de los medios, la relatio final del sínodo, terminó por
ser una imposición de los conservadores contra Francisco y su principal pieza,
el Cardenal Kasper. Para los neocones, en realidad no pasó nada, porque la
doctrina no cambia, como por arte de magia. Pero para cualquier católico bien
informado, y mejor formado, había motivos de sobra para preocuparse. Basta
recordar lo que afirmó Francisco en la entrevista con el jesuita Antonio Spadaro:
“No
podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al
matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he
hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se
habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos
la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario
estar hablando de estas cosas sin cesar
Las
enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes.
Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado
un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero
se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más
apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de
Emaús». «Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra
manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo
de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta
evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta
propuesta surgen luego las consecuencias morales”. [2]
No
es ninguna obsesión defender la doctrina moral cristiana, así como tampoco se
trata de un castillo de naipes (¿de dónde se sacó tal “analogía” el papa
Bergoglio?), incluso, como lo recuerda Iraburu, hay temas que son
indiscutibles. Benedicto XVI, hoy tristemente papa emérito, dejó muy claro que
hay principios que simplemente no son negociables:
“Por
lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus
intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de
la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a
principios que no son negociables. Entre estos, hoy pueden destacarse los
siguientes:
—
protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción
hasta la muerte natural;
—
reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión
entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los
intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión
que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su
carácter particular y su irreemplazable papel social;
—
protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.
Estos
principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y
confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son
comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es,
pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas,
prescindiendo de su afiliación religiosa. Al contrario, esta acción es tanto
más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso
constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida
causada a la justicia misma.”[3]
Hic et nunc: V.
Oremus pro Pontifice nostro Franciscus
R. Dominus
conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat
eum in animam inimicorum eius. [Ps 40:3]
[1]
IRABURU, José María, Sínodo-2014. La Relatio primera, en http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1410141056-286-2-la-relatio-posterior-al-1#more26754
[2] L'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, Año XLV, n. 39 (2.333), viernes 27
de septiembre de 2013
[3] DISCURSO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN UNAS JORNADAS DE ESTUDIO SOBRE
EUROPA ORGANIZADAS POR EL PARTIDO POPULAR EUROPEO, Jueves 30 de marzo de 2006
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