Son
ya 450 años de la solemne promulgación de la Professio fidei Tridentina, hecha por el papa Pío IV, cuyo reinado
transcurrió entre 1559 y 1565. Fue, precisamente, un 13 de noviembre de 1564,
cuando en obediencia a lo decretado por el Concilio de Trento, el Papa Medici
(no emparentado con los Medici de Florencia) publicó la bula Iniunctum nobis. Era una profesión de fe, que las
interpretaciones posteriores al Concilio Vaticano II, han juzgado como “anti protestante”.
Sin embargo, es, en esencia, una reafirmación del conjunto de creencias de un
católico. Su texto fue fortalecido en 1861 con el Concilio Vaticano I, y llegó
a ser insertada en el extraordinario Codex
Iuris Canonici que promulgase Benedicto XV en 1917. Junto a la Professio fidei Tridentina se agregaba el Juramento antimodernista que dictó San
Pío X. Pero tras el Concilio Vaticano II, la Professio fidei Tridentina y el Juramento antimodernista, fueron
retirados del Codex del 17, y ya con el Código de 1983, hubo que esperar hasta
1989, cuando la Congregatio pro Doctrina Fidei, publicó la Professio Fidei et Iusiurandum fidelitatis in suscipiendo officio
nomine Ecclesiae exercendo. A su
vez, en 1998, San Juan Pablo II promulgó la Carta Apostólica dada en forma de 'Motu Proprio' «Ad Tuendam Fidem». La Professio fidei Tridentina, como ya se
ha dicho, afirmaba los contenidos doctrinales, mientras que el Juramento
antimodernista comprometía a todo católico a respetar y difundir de manera
íntegra el Depositum fidei. Pero los textos posconciliares, carecieron de
la misma fuerza de los anteriores, a fin de cuentas, eran producto del impulso
ecuménico que había inspirado a los documentos finales del Concilio convocado
por San Juan XXIII y clausurado por el Beato Paulo VI. Un impulso que a la fecha es causa de cierta
perplejidad, pues el propio San Juan XXIII dijo, en la inauguración del
Concilio Vaticano II, lo siguiente:
“Es
decir, el Concilio Ecuménico XXI —que se beneficiará de la eficaz e importante
suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas—
quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la
doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha
convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido
recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los
hombres de buena voluntad.”[1]
No
obstante, es importante tener presente
que no hay derogación expresa de la Professio
fidei Tridentina, por lo que todo fiel, tiene el derecho de retomarla y
recitarla.
En
el presente contexto, resultan muy oportunas las oraciones que el propio San
Juan XXIII, ofreció para el Concilio Ecuménico por él convocado:
Omnipotens Deus,
in Te, nostris diffisi viribus, fiduciam totam reponimus. Super hos Ecclesiae
tuae Pastores benignus respice. Supernae tuae gratiae lumen Nobis adsit
consilium capientibus, adsit leges ferentibus; et quas una Fide, uno ore, uno
animo ad Te preces fundimus, libenter exaudi.
O Maria, Auxilium
Christianorum, Auxilium Episcoporum, cuius amorem nuper in Lauretano templo
tuo, ubi Incarnationis mysterium venerari placuit, peculiari modo experti
sumus, omnia ad laetum, faustum, prosperum exitum tua ope dispone; tuque una
cum Sancto Ioseph Sponso tuo, cum Sanctis Petro et Paulo Apostolis, Sanctis
Ioanne Baptista et Evangelista, apud Deum intercede pro nobis.
Iesu Christo,
Redemptori nostro amantissimo, Regi immortali populorum et temporum, amor,
potestas et gloria in saecula saeculorum. Amen.
[1] SOLEMNE
APERTURA DEL CONCILIO VATICANO II. DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII, Jueves
11 de octubre de 1962
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